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Búsqueda de talento
Cuando pensamos en una persona “inteligente”, ¿en qué pensamos realmente? ¿En alguien que resuelve problemas con rapidez, que aprende con facilidad o que obtiene altos puntajes en pruebas? La inteligencia se ha estudiado durante décadas y, en gestión del talento, rara vez pasa desapercibida. La pregunta fundamental es: cuánto influye al elegir a un candidato y en qué condiciones pesa más.
Imagina la inteligencia como un sistema de tres niveles. En la cima está una capacidad general que favorece aprender con rapidez, razonar ante novedades y manejar la complejidad. En el nivel intermedio hay familias de habilidades que canalizan esa capacidad hacia áreas específicas, como lo verbal, lo cuantitativo o lo visoespacial. En la base se encuentran destrezas más finas que sostienen cada familia, por ejemplo memoria de trabajo, rapidez perceptiva o formación de conceptos. Gracias a esta estructura, dos personas con una capacidad general similar pueden destacar en tareas distintas. Entender estos niveles ayuda a estimar el potencial de aprendizaje y a ajustar el perfil a las demandas reales de un puesto.
Para entender qué mide realmente una prueba y cómo se traduce al trabajo, conviene mirar el “nivel intermedio” del modelo. Bajo g aparecen familias de habilidades que comparten procesos y contenidos. Piensa en ellas como especializaciones: con el mismo nivel general, una persona puede destacar en razonamiento con novedad, otra en comprensión y lenguaje, otra en lo visoespacial. Estas familias ayudan a anticipar en qué tareas alguien aprenderá más rápido, cometerá menos errores y aportará mayor valor según el contexto del puesto.
En la práctica, recuerda que al controlar g las relaciones entre habilidades bajan aunque no se anulan, y suele mantenerse el vínculo entre Gf y Gwm por procesos ejecutivos compartidos; por eso, en selección lo más eficiente es medir primero el grupo más relevante y más estudiado y añadir factores del segundo grupo solo si el rol lo justifica, siempre alineando la batería con los criterios del puesto y usando normas comparables al mercado y la función.
Son subcomponentes más finos que alimentan a cada familia, como memoria auditiva inmediata, rapidez perceptiva o formación de conceptos verbales. Ayudan a afinar el perfil y orientar el desarrollo.
Las inteligencias múltiples de Gardner describen talentos en educación y desarrollo, pero no sustituyen a g y al modelo CHC cuando se necesita medir y predecir desempeño con pruebas estandarizadas. En contextos organizacionales se prioriza, con buen fundamento, la capacidad cognitiva general, por su vínculo con aprendizaje acelerado, manejo de información compleja y adaptación al cambio.
Las herramientas psicométricas deben aportar objetividad, confiabilidad y normas de comparación adecuadas al mercado y la función. Entre las más conocidas:
Estima capacidad general e índices como comprensión verbal, razonamiento perceptivo, memoria de trabajo y velocidad de procesamiento. En selección se usan versiones abreviadas o tests focalizados para decisiones ágiles, siempre con profesionales formados y con lectura por estratos.
Mide razonamiento aplicado al negocio. Evalúa análisis de información, pensamiento estratégico y toma de decisiones con datos incompletos. Se usa en posiciones ejecutivas o de alta complejidad.
Además de WAIS y HBRI, en empresas se usan opciones “listas para producción” como Raven SPM/APM (Gf no verbal, útil cuando quieres baja carga de idioma), Wonderlic y CCAT (tamices rápidos de capacidad general con verbal, numérico e inductivo), baterías de SHL Verify G+, Saville Swift Analysis Aptitude o Logiks (módulos de razonamiento verbal, numérico y abstracto alineados a CHC), el Watson–Glaser para pensamiento crítico basado en texto (más Gc y análisis), pruebas de razonamiento numérico aplicado a negocio y comprensión lectora avanzada para roles con datos y documentación, y tests visoespaciales o de razonamiento mecánico (p. ej., BMCT) para ingeniería y operaciones.
La inteligencia sigue siendo un predictor individual importante, con mayor peso cuando el trabajo exige novedad, ambigüedad y aprendizaje continuo. Aun así, el desempeño no depende solo de la cognición. Influyen los hábitos, la motivación, rasgos como la responsabilidad, las habilidades sociales, el ajuste cultural y el diseño del trabajo.
La mejor predicción surge al combinar:
La inteligencia emocional se refiere a percibir, comprender y regular emociones propias y ajenas, y a utilizarlas para actuar mejor con otras personas. No forma parte de los factores cognitivos del modelo CHC y no sustituye a g.
Aporta valor en roles con fuerte componente relacional. Por ejemplo, liderazgo, servicio, negociación e influencia. Su utilidad depende del instrumento y aumenta cuando se verifica con conductas observables en simulaciones, role plays o feedback 360. La práctica recomendada es tratarla como complemento en los puestos que lo requieren y siempre junto con evidencia cognitiva y conductual.
En programas de desarrollo interno o sucesión, la inteligencia cobra protagonismo por su vínculo con la capacidad de aprender, abstraer y transferir a contextos nuevos. Aquí destacan Gf y memoria de trabajo, que facilitan navegar mayor complejidad. Aun así, el potencial no es solo capacidad cognitiva. También incluye motivación y ambición de logro, curiosidad y apertura al feedback y madurez socioemocional, verificados con otras pruebas psicométricas de personalidad, valores, dominancia cerebral, etc.
La inteligencia es un insumo central, y en roles complejos puede ser decisiva, pero no debe evaluarse en aislamiento. La calidad de la decisión mejora cuando:
Más que elegir a la persona más inteligente en abstracto, se trata de identificar a quien transforme su capacidad en valor sostenido, integrando sus fortalezas cognitivas con las demandas del rol y del entorno organizacional, y complementando con evidencia conductual e inteligencia emocional cuando el trabajo lo requiere. Así, la inteligencia se convierte en un pilar dentro de un proceso de decisión más justo y más predictivo.
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